PRÓLOGO 1.1 EL PESCADOR: TELÉMACUS | 1.2. EL PESCADOR: ARTHEMIS | 2.1 ANTIGUAS RELIQUIAS DE LOS ANCIANOS: TELÉMACUS | 2.2. ANTIGUAS RELIQUIAS DE LOS ANCIANOS: ARTHEMIS | 3.1. LOS TEMORES DE UNA MUJER SABIA: LÍANFAL | 3.2. LOS TEMORES DE UNA MUJER SABIA: ARTHEMIS | 4.1. ASALTO A LA FORTALEZA: TELÉMACUS | 5.1. ASALTO A LA FORTALEZA: ARTHEMIS | 5.2. ASALTO A LA FORTALEZA: ARTHEMIS | 6.1. CAMIONES: LÍANFAL 6.2. CAMIONES: VELDRAM | ITERLUDIO. LA CANCIÓN DEL SILENCIO | 7.1. EL YERMO: ARTHEMIS | 7.2. EL YERMO: LOGUS | 8.1. PERSECUCIÓN: VELDRAM | 8.2. PERSECUCIÓN: ARTHEMIS |8.3. PERSECUCIÓN: TELÉMACUS | 9. LO QUE HAY EN LAS PROFUNDIDADES DEL MUNDO: SERENAY | 10. UNA PAUSA PARA TOMAR ALIENTO | 11. EN LAS ESTEPAS DE FUEGO | 12. ENCUENTRO EN OFIUCHI | 13. UNA SIMPLE CUESTIÓN DE COSTES Y BENEFICIOS | 14. EL CEMENTERIO | 15. UN ADIÓS Y UNA PROMESA | 16. VENCEDORES Y VENCIDOS | 17. ESTACIÓN KALPA TÉRMINO COSMOS | 18. EL FLAUTISTA DE HAMPERDIN | 19. SUBIENDO | 20. EL INFINITO, Y MÁS ALLÁ

TELÉMACUS

Tras dos días y medio de viaje, el tren llegó a su destino, la estación espacial de la cima del Hilo. Había comenzado su desaceleración nueve horas antes, y cuando por fin alcanzó la Sobralia altissima, lo hizo entrando en sus andenes suavemente, con una extraña tranquilidad. Se detuvo y sus tres únicos pasajeros se apearon.

            La estación estaba presurizada, aunque Goeb les explicó que no era así siempre, sino que él había dado la orden para que se fuera llenando de aire un día antes. La familia subió a la torre central, alrededor de la cual se abrían las pistas de aterrizaje. Desde los amplísimos ventanales podían ver el perfil del planeta, la más bella curva que hubiesen podido concebir.

Antes de que los últimos restos de velocidad radial desaparecieran para dejar paso a la gravedad de la estación, su oído interno tuvo que acostumbrarse a un tipo diferente de equilibrio. Unos robots se alegraron de verlos y les evitaron tener que cargar con cosas como el Tapiz de Sílice, que seguía entonando su canción. Las estancias allá arriba —que alguien se había tomado la considerable molestia de hacerlas grandes y confortables— eran en su mayoría circulares, y se dividían en hemisferios conectados por un revestimiento estrecho y flexible. Eran muy limpias, muy bonitas, con esa arquitectura de «agradar al ojo humano». Costaba creer que allí se hubiese ensuciado alguna vez algo.

            Lo que aprendieron los enomenitas, por boca de Goeb o de la propia estación, fue esto y poco más: que los hangares de la torre estaban vacíos, como si el Día del Apagón hubiese sorprendido a los pilotos en mitad de un éxodo masivo, quién sabía adónde. Que la única nave que quedaba allí era la No-Mn ensamblada en plan chatarrería de Goeb. Que podían ponerla en marcha con ayuda del ingeniero, el cual, todavía conectado al oxyfón, se alegraba muchísimo de que su odisea hubiese terminado bien. Y, por último, que desde allí arriba podían hablar en directo, si querían, con la inteligencia que se hacía llamar Icaria.

            Eso les sorprendió, pero mientras descansaban del largo viaje en las suites para pasajeros VIP —el lujo más suntuoso que sus agotados cerebros hubiesen concebido nunca—, y se preparaban para el siguiente gran salto, Telémacus accedió a llamar a la IA.

            —¿Hola? —le preguntó a un micrófono.

            —¡Buenas noches! —respondió una voz afable, muy alegre—. Estoy contenta de hablar con ustedes. ¿Y el resto de su gente? ¿No viene nadie más?

            —Eh… no, me temo que por el momento somos solo nosotros. Icaria, ¿dónde estás?

            —Llegando. Por favor, miren por la ventana que da a contragiro del planeta, lo que ustedes llaman el oeste.

            Lo hicieron, y tanto Telémacus como su esposa se llevaron el mayor susto de sus vidas, pues allá fuera, en el espacio, estaban todas las naves del Carro de Diamantes, alineadas en procesión, tan grandes y majestuosas como se les presuponía. Las dimensiones de todo eran tan desmesuradas que el vértigo de la comprensión estuvo a punto de arrebatarles el conocimiento. Pero se esforzaron por permanecer despiertos. Ya que habían llegado hasta allí, no podían volverse atrás, ni dejar que les dominara el pánico.

            —Veo que se han traído un fragmento del pasado —dijo el Icaria—. Y muy acertado, diría yo, pues ese pedacito de cognoscitiva posee una información que podría resultarnos muy útil.

            —¿Qué…? Oh, se refiere al Tapiz. ¿Qué es lo que lee en él?

            —Según su célula de identificación, perteneció a una nave de gran tamaño, una circunnavegadora solar de clase Abismo. Una nave de transporte de residuos, principalmente. Llegó a este sistema trayendo doscientos treinta mil kilogramos de basura altamente peligrosa en sus bodegas, y su misión era depositarla en ese sumidero del manto que vosotros llamáis barrancos de Devianys, para que las corrientes convectivas del interior del planeta los procesaran. Pero el día en que sucedió el cataclismo mnémico, sus motores fallaron e hizo mal la reentrada. Su colisión contra el planeta desató algo parecido a un invierno nuclear, que cambió radicalmente la ecología y la temperatura. Los oxyfones se esforzaron como auténticos titanes intentando arreglarlo, durante los siglos posteriores.

            Vala y su marido se miraron, impactados. Así que ese era el gran secreto detrás de nuestra religión, pensaron: el carro celeste al que pertenecía el fragmento del dios no era más que una nave de carga de basura. Mejor sería no decírselo a los ancianos de la tribu, si no querían que hubiese suicidios en masa al día siguiente.

            —¿Qué información importante contiene?

            —Coordenadas de salto hipercuántico. La intersección de las dimensiones de tránsito no es totalmente congruente, o no tan segura como parece. Hay lugares donde las ecuaciones de flujo no tienen solución salvo en la franja de los números imaginarios, por eso es bueno tener el registro de una nave que saltara antes una grandísima distancia, para usarlo como grupo de control de cálculos.

            Ninguno de los dos entendió ni una palabra de esas últimas frases. Pero les dio igual.

            —Y… ¿en qué nos puede ayudar eso?

            —En que podemos intentar un salto muy largo en dirección al centro galáctico. Podemos intentar volver a casa.

            En el tiempo que medió entre esa fabulosa afirmación y la llegada de las naves del Carro, que se dispusieron en órbita circular alrededor de la Sobralia, los humanos tuvieron tiempo de procesar las implicaciones. ¡Volver a casa! ¿Pero cuál era su casa? El Icaria no se incluía a sí mismo en la frase, pues les confesó que no quería abandonar Enómena. Ansiaba concluir satisfactoriamente su misión original. Había comenzado su existencia siendo un paquete de sensometal destinado a actualizar tecnologías arcaicas, y eso pensaba hacer. Telémacus le hizo un breve resumen de los acontecimientos que habían ocurrido entre las tribus guerreras, llegando hasta donde él conocía, es decir, a la explosión nuclear. Después de eso, lo que hubiera pasado con los clanes era un misterio.

            —Creo que me arriesgaré a bajar, de todas formas —dijo Icaria—. Es cierto que mentalmente estáis muy atrasados debido al embrutecimiento que experimentasteis cuando os quedasteis aislados. Pero puedo arreglar eso. Puedo traeros tecnología y prosperidad, para que la lucha por los recursos deje de ser determinante.

            —Si vas a hacerlo, puedo aconsejarte a unos buenos mediadores. Gente que conoce muy bien la psicología de los países de Enómena, aunque no pertenezca a ninguno de ellos. Vigilantes que han estado ahí durante muchos años, y que podrían arbitrar esa transición para que los señores de la guerra no intenten hacer trampa, y apoderarse de todo por la fuerza.

            —¿Quiénes son esos mediadores?

            Telémacus le habló de los taelon, y de cómo podrían desempeñar un buen papel en la transición. Pues no eran humanos, pero tampoco los odiaban, sino que respetaban aquello que sus creadores habían sido, y todo aquello en lo que podían haberse convertido. Su potencial como especie. Por eso serían buenos árbitros, porque no odiaban a la especie humana sino que, en el fondo, querían ser como ella.

            —Si vas a hacerlo, dale saludos a Serenay —sonrió—. Es una amiga. Dile que el árbol está fuerte, y que sigue creciendo. Ella entenderá.

Al día siguiente, mientras el Icaria se preparaba para el primer contacto, Goeb les guio hasta su nave. Había adoptado la forma de un holograma proyectado a partir de una bolita de acero flotante.

            —¿Crees que lo conseguiremos? —le preguntó Telémacus—. ¿Que realmente alcanzaremos los mundos del Imperio, o lo que quede de él?

            —Sí, y sois unos valientes al intentarlo. Os acompañaría de buen grado, pero el desafío que me propuso mi amigo el oxyfón es tan fascinante que podría pasarme el resto de mi vida intentando resolverlo. Es el enigma de los enigmas, el misterio definitivo.

            —Me alegra que hayas encontrado un nuevo propósito para tu vida. ¿Qué pasó con el Tapiz?

            —Icaria lo asimiló para agregarlo a su matriz neural. Así ha absorbido los datos que tenía grabados. No os preocupéis por la fórmula de navegación, la cognoscitiva de mi nave la ha dado por válida. Se parece mucho a la estándar para entrar en el interior de un enjambre estelar esférico.

            —Goeb…

            —Perdón, hablaré sin acertijos. —El holograma les hizo un gesto cortés para que atravesaran una puerta. Al otro lado estaba el hangar, y la nave del ingeniero. Tenía forma de una ocarina medio aplastada por los lados, con los segmentos del huso lisos. Realmente parecía algo ensamblado a trozos, pero que de alguna manera retenía una entidad propia—. Os presento con orgullo… al Navegante del Infinito. Podéis cambiarle el nombre si no os gusta, no pasa nada. Sin rencores.

            El interior estaba muy desordenado y presentaba un aspecto caótico, como hecho pedazos. Pero todo parecía funcionar correctamente. Una silla flujomórfica, uno de esos inventos geniales de los antiguos a los que Telémacus aún no se había acostumbrado, creció literalmente del suelo para darle la bienvenida.

            —Bien, este el final de mi viaje —les explicó Goeb cuando los tres estuvieron cómodos—. Yo me quedo aquí, con mi Cifra y mis ecuaciones. Si lográis encontrar un mundo llamado Delos, que fue la capital del Imperio, y aún sigue existiendo, decidles que… que… —El ingeniero dudó. Rebuscó en su interior a ver si encontraba algo realmente importante, pero no se le ocurrió nada—. Mejor no les digáis nada. Ellos se lo pierden. Adiós, amigos.

            —Adiós, Goeb. Gracias por todo —asintió Telémacus, e intentó pensar también en un último mensaje, en algo que quisiera decirle a alguien para cerrar un círculo… pero se quedó sin palabras. En realidad, todo lo que pudo haberse dicho se dijo ya, y no quedaba más en el tintero. Cada actor de aquel drama había elegido su propio final, su canto del cisne particular al que poco había que añadir. Así pues, ¿por qué forzarlo con una despedida impostada?

            La puerta de la nave se cerró y el vehículo No-Mn despegó. Ellos no tenían que hacer absolutamente nada, todo estaba controla desde la torre, por Icaria.

            La nave abandonó la estación y se quedó flotando libre en el vacío. La gran masa blanca enjoyada de estrellas que la rodeaba se desplazó, encendida, intensificando su brillo blanco. Telémacus, Vala y Veldram sintieron la aceleración mientras la nave se desplazaba en un lento y suave giro. No podían saber si lo que intentaba era tocar las estrellas o simplemente apartarlas con la mano. Ahí fuera no había nada, solo los grandes diamantes y zafiros, la niebla de esmeraldas y la tinta de terciopelo del espacio. Pero para ellos, todas esas cosas eran sinónimos de «maravilla». Así que cerraron los ojos, y se dispusieron a dormir un rato.