Sinopsis: La Tierra Negra continúa su implacable avance por el continente de Kisea, arrancando la vida a su paso. La Orden Kariteas se ha hecho aún más fuerte, anexando nuevos reinos a sus filas bajo la amenaza de un poder que pocos alcanzan a comprender. Preas Mor, convertido en ejemplo e inspiración tras los acontecimientos de la batalla de Talder’an, responde a la petición de ayuda lanzada por el vecino reino de Marder. Allí se unirá al Abrigo de Gan, la gran coalición de reinos forjada para hacer frente a la sombra, a tiempo de librar la última y definitiva gran batalla que decida el futuro de todos.

Mientras, Árgoht Grandël se encuentra retirado en el lejano Desierto de Sal, ajeno a todo cuanto acontece más al norte. Pero su presencia allí no es casual y pronto descubrirá que nada en su vida carece de sentido y que hasta la más pequeña gota puede formar un río que lo arrase todo. El Destino lo llama de nuevo a ponerse en marcha, esta vez con una compañía inesperada. Sin saberlo, sus pasos están a punto de cambiar el curso de la Historia.

Historia: Llego tarde, pero he llegado, y desde luego, enfrentándonos a una novela tan increíble como lo es «Adalid», merece la pena llegar, da igual la manera. Mis andanzas por Thera (el enorme mundo en el que tienen lugar la mayoría de historias de Rayco Cruz) empezaron con La Tierra Negra, publicada por la Editorial Mercurio. La leí y la reseñé precisamente para el segundo número de la revista, hacia el final de 2019. En aquel entonces, la novela me pareció excelente, y llegué incluso a tildar a Rayco Cruz como el adalid del género en Canarias. Después de haberme enfrentado a la segunda parte de La Senda del Destino no me retracto en absoluto.

La Tierra Negra se me antojó un volumen lleno de grises, en el buen sentido de la palabra. No contaba una historia para pasar el rato, una en la que fuéramos amigablemente de la mano de un puñado de personajes llenos de la esplendorosa carisma que a menudo pueblan estas historias. Árgoht no es amable, ni cercano, ni siquiera el hombro perfecto en el que llorar. La Tierra Negra se nos mostraba viva y descarnada, vidas plagadas de altibajos, pero con una llamada a la épica digna de encomio. En aquel momento me preguntaba si las historias que la seguirían serían más buenas, quizá incluso mejor, aunque fuera un poquito. Pero me equivocaba: Adalid es mucho más. Más grande, más épica, más madura. Al igual que nuestro protagonista, la historia es cada vez más orgánica y creíble. Los puntos de vista que arroja en su estructura (encabezados por Preas Mor, Shera Ante’i y el propio Árgoht) es rica en detalles y nos aportan una visión mucho más amplia de un conflicto de unas proporciones que resultan imposibles de abarcar desde un único individuo. Profundiza, también, en todo aquello que agita a los personajes, volviéndolos más humanos, con sus defectos y virtudes, unas cualidades que, a la postre, son las que acaban decidiendo el futuro de un continente azotado por la guerra, por la oscura Orden Kariteas y por el designio de unos dioses contra los que casi nadie puede hacer nada.

Ambientación: En su día dije que Thera era un lugar inmenso. Ahora me reitero y añado que cada vez resulta más auténtico. Todas las localizaciones gozan de unas particularidades muy bien definidas. Muchas, por puro contexto, puedes hacerte a la idea de dónde están o cómo se llaman, en especial si ya arrastras los precedentes de La Tierra Negra, La maldición de Hilena o La sombra de Pranthas (de la que también he hablado anteriormente). El lore que esconde detrás (al margen de la construcción «física» del mundo), cuyas pistas se han dejado caer con excelente acierto hasta ahora (los Ganetorei, la Orden Kariteas, la Madre, y todo aquello que engloban estos conceptos), no es sino otro ejemplo más del ejercicio de worldbuilding de un autor con muchas tablas a sus espaldas.

Personajes: Árgoht Grandëll, lo pretenda o no, vuelve a estar radiante. Cada capítulo derrama más información sobre él, dotándolo de una profundidad sin igual. Lleva años en los caminos, y eso se nota (hayas leído o no algo más aparte de la primera parte de La Senda del Destino). Y se nota porque es más serio, pero también más prudente. No es un héroe, ni procura serlo; no es un villano, pero tampoco actúa siempre acorde a lo más correcto. Árgoht es tan solo un individuo de paso, preocupado solo por su propio camino, cuya senda lo fuerza, lo pretenda o no, a inmiscuirse en asuntos en los que preferiría no verse envuelto. Y el resultado de esto es brillante.

Por otra parte, Shera Ante’i es, desde mi punto de vista, lo más brutal de la novela. Si en La Tierra Negra podíamos imaginar de qué pie cojeaba, ahora es difícil preguntarnos cómo alguien con su temple no ha dominado el mundo todavía. Cruel, sádica, pero también ambiciosa y, sobre todo, vulnerable. No posee mayor virtud que su fe y su tenacidad, y cualquiera que haya echado un ojo alguna vez a los libros de historia sabe cómo acaba algo así. Pero, ni siquiera teniendo ese bagaje de fondo, está uno preparado para lo que la Maestra de la Orden Kariteas nos tiene reservado.

El resto de personajes (incluyendo algunos reencuentros entrañables que se saldan con mejores y peores resultados, en especial par nuestro buen amigo el hechicero) siguen siendo muy buenos. Y quedo a la espera de la sorpresa de saber qué será, en un futuro próximo, cierto minero con el que casi empieza y acaba la novela.

Estilo narrativo: Adalid está dividida en nada menos que 77 capítulos (sin incluir prólogo y epílogo). La estructura salta de un personaje a otro manteniendo una narrativa limpia y detallada, sin distracciones ni florituras, haciendo gala de un lenguaje cuidado y torturado para mayor deleite del lector. La lectura resulta clara y concisa, sin aportar nada irrelevante y ofreciendo la dosis exacta de información que uno necesita, lo que supone que la trama resulte ágil y fluida en todo momento.

Edición: El volumen que leí para la reseña es un ejemplar en tapa blanda con solapas, una primera edición de 2016. Editada en España por Mercurio Editorial, el volumen cuenta con casi 600 páginas que abarcan el prólogo, el epílogo, los 77 capítulos anteriormente mencionados, y un pequeño apéndice con una lista de personajes relevantes y un glosario con la terminología más concreta. Al margen de una edición y corrección de texto muy cuidada (las erratas son casi inexistentes), en las primeras páginas de la maquetación tenemos un mapa del continente de Kisea cortesía de José Gabriel Espinosa, quien de nuevo repite como ilustrador de la obra de Rayco Cruz, firmando del mismo modo la cubierta de este segundo volumen.

Resumen: La evolución que ha habido del autor respecto a La Senda del Destino I respecto a esta segunda entrega ha marcado un punto de inflexión increíble en la novela. Más real, más cruda, más auténtica. Con sus más y sus menos, recuerda que Rayco Cruz todavía tiene mucho que contar. Adalid es una prueba de ello, y a quien no me crea, lo invito a caminar por la misma senda que Árgoht.

Lo mejor: La mejoría a nivel narrativo es brutal. La historia, sin poseer la alocada épica del primero, es más maduro y reflexivo. Árgoht sigue insuflando vida a una personalidad que por su mera descripción está condenado a ser soso, pero que está a años luz de ser algo así. Sigue resultando auténtico y bien articulado, siempre sin abandonar ese ceño fruncido suyo. El salto protagónico de Shera Ante’i no me ha resultado necesario, sino además, toda una sorpresa mayúscula.

Lo peor: Hay una trama (intuyo que intencionada) que muere al poco de empezar la novela, durante el primer cuarto de la historia. Reaparece, eso sí, en el epílogo, pero no puedo dejar de preguntarme si habría habido otra forma de organizar el texto para no quedarnos sin saber más de ella durante más de 400 páginas.

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