En esta ocasión vamos a hablar de La última venganza, la obra con la que el escritor canario Lenin Rodríguez Peñate inaugura con una novela de larga extensión su carrera como escritor del fantástico.
Publicada por primera vez el pasado 23 de abril, La última venganza forma parte de la colección Gárgolas de la editorial Kivir Ediciones, y en palabras del propio autor, es un híbrido entre la novela fantasía y las historias policíacas.
No es un desatino, eso desde luego. La historia transcurre en un mundo fantástico, centrado especialmente en la vasta y próspera ciudad de Dracnor, en conflicto desde hace algunos años con la nación vecina de Khat-Dur por una serie de motivos que se nos narrarán a lo largo del relato.
Nuestro protagonista lleva por nombre Roland, oriundo de la ciudad en cuestión, un individuo afectado por la apatía que provoca en sí sus poderes de endomante, una capacidad mágica que no parece depender de ningún aliciente externo para hacerla funcionar. Pero no es el único personaje principal. A su lado camina su nueva ayudante, Caren de Rocanegra, una espabilada detective con ganas de ascender en el escalafón de la ciudad. A ambos les es encargado la resolución de un caso que trae de cabeza a la corona de Dracnor: el asesinato del príncipe Cydar.
Con este violento caso entre manos, el jefe de investigación de Dracnor y su ayudante se proponen desentrañar el móvil del asesino, identificarlo y detenerlo antes de que su afán acabe por hacer caer el reinado actual, provocando con ello una guerra civil.
Así pues, nos enfrentamos a una novela detectivesca ambientada en un mundo fantástico medieval, en el que la importancia de la trama transcurre diferenciada, de forma sutil, en dos grandes sucesos: la investigación que trata de esclarecer quién es el asesino, y por otra parte, una vez descubierta su identidad, su persecución y captura.
Toda la novela podemos disfrutarla desde dos puntos de vista. Por un lado tenemos la de Roland y Caren como detective, y por otra, la que nos aporta el personaje que persigue su propio fin, su venganza. Dos caras de una misma moneda, donde ni los buenos son tan buenos, ni los malos son tan malos.
Hay muchas cosas que decir sobre La última venganza. En primer lugar me gustaría destacar la narración de los combates. Hay multitud de batallas en las 220 páginas en las que está contada la novela, todas ágiles, intensas, llenas de giros y traspiés tanto de un bando como de otro. Quizá el problema es que tiene demasiadas, algunas muy extendidas para tratarse de simples enfrentamientos. Pero sin duda cabe destacar, de entre todas ellas, aquellas que usan el sistema mágico de la exomancia, un mecanismo que recuerda, de una forma muy superficial a lo que pudiéramos ver en Nacidos de la bruma de Brandon Sanderson, y aunque no cuenta ni con su profundidad ni su desarrollo, sí que tiene el potencial para ser desarrollado en futuras novelas ambientadas en el mismo mundo.
Lenin Rodríguez también tiene una facilidad magnífica para la creación del entorno, para narrar y describir tanto sociedad como política, enriqueciendo la ciudad de Dracnor, fortalecidas sus construcciones gracias al apoyo existente entre la nación vecina de Khat-Dur. Sin embargo, creo que el punto donde más flaquea es en los diálogos. Como en todo, hay momentos de excelente lucidez, especialmente cuando los personajes hablan de guerra, de control del poder, de la ley como herramienta de castigo y justicia; pero también en los que deslucen, y estos suelen ser, por regla general, los relacionados con la parte detectivesca de la novela.
El autor es un gran aficionado a la fantasía, estoy convencido de ello, y eso se nota, pero su empape del conocimiento fantástico eclipsa el que tiene respecto a la novela negra. Los personajes, tanto Roland como Caren, deducen y solucionan las incógnitas con demasiada facilidad. Si bien el asesino al que persiguen no es especialmente fino a la hora de hacer su trabajo, da un poco de pena que los personajes no se equivoquen prácticamente ni una sola vez. Todas sus intuiciones son acertadas, toda pista es interpretada de óptima manera. Sí, sabemos que Roland es el inspector jefe, pero su apatía por endomante podía haberlo lastrado; sí, Caren es una excelente detective en prácticas, por eso me cuesta creer que sea tan capaz, tan implacable. Si uno de los dos está a punto de equivocarse, el otro salva la cuestión. Son un dúo dinámico, implacable, certero. Pero ni siquiera Watson y Holmes tenían tal porcentaje de acierto.
Ello no quita que ambos estén construidos con carisma. Roland, junto a su lobuno compañero, es un personaje muy profundo. Sus poderes han arrancado todo lo que significa el afecto, la empatía, la tristeza. De él solo ha quedado una cáscara vacía capacitada para su trabajo, y Lenin logra sacarle mucho potencial al endomante. Caren, por su parte, también está bien construida. Ve a su igual, al menos a priori, como un monstruo frío con el que no quiere estar, pero poco a poco acaba comprendiéndolo. No es igual de formidable, pero tienen una curiosa química.
El segundo personaje mejor construido sería el asesino: diálogos mordaces, historia profunda, sus poderes de exomante y un odio visceral arraigado a sus entrañas, con contactos aquí y allá que provocará quebraderos de cabeza a más de uno, y desde luego, ninguno será el lector. Al final del relato, y pese a lo que sucede, es imposible no acabar empatizando de cierta forma con él. Si tuviera que decidir, este sería el personaje de oro.
Otro personaje bueno y que cae de pronto, al principio del tercer tercio del libro, sería Saikhán «el Raudo», un soldado de incuestionable lealtad por su patria, habilidades de combate y carisma, que pese a lo tarde que llega, está muy bien definido. Precisamente su poca presencia y el acto tan trascendental que lleva a cabo es algo que no me termina de entrar bien. Por los sucesos posteriores no luce como un calzador, sino como un giro de guion planeado con anterioridad, pero quizá no tanto como me hubiera gustado.
Por último, el final. Oh, por todos los endomantes y exomantes, ¡qué final! Es bueno, sin duda. Hace, por sí solo, que merezca la pena la lectura. Cierra la novela, da un golpe de efecto y deja las puertas abiertas a seguir explorando el círculo de venganza, a continuar con los enclaves belicosos entre las dos naciones… En definitiva, da pie a una segunda parte. Teniendo algunas cosas en cuenta y tomando nuevas notas, no me cabe duda que en Lenin Rodríguez hay un potencial abrumador con el que crecerá tanto él como escritor, como sus historias. Y espero estar ahí para contemplar cómo un joven repleto de buenas ideas las eleva a nuevas cotas de grandeza.
¡Larga vida a Roland de Dracnor!