La noticia de la muerte de Kentaro Miura ha dado la vuelta al globo estos últimos días. El que fuera el autor del aclamadísimo manga Berserk, incompleto ahora tras su marcha, partió con más pena que gloria. ¿Por qué? Porque aunque dejó tras de sí a una legión de fans que adoraban con pleitesía absoluta su trabajo, también queda atrás otro batallón enfadado, molesto, hartísimo del autor y de la calma con la que se tomaba su trabajo los últimos años.

El negocio del manga en Japón es muy complicado. Conseguir esbozar una historia que sea lo suficientemente buena y atractiva para el público no es fácil, la competencia es atroz y los que lo consiguen y no logran mantenerse en su pedestal a lo largo del tiempo son condenados a ver cómo la financiación de su trabajo sufre un corte, se fuerzan finales a historias con potencial y se condena al autor al fracaso.

Ejemplos hay a montones. En su momento hablé sobre Psyren en el cuarto número de la revista (pp. 34-35), un manga cuyo índice de venta se fue desplomando poco a poco y acabó con la Shonen Jump comentándole a su autor, Toshiaki Iwashiro, que era mejor que resolviera la trama en cuatro apurados capítulos. Lo mismo le pasó a Marry Grave, de Hidenori Yamaji, al que menos oportunidad se le dio. Y como estos ejemplos, muchos otros: si no rindes lo necesario, si tu trabajo no es absurdamente rentable, estás fuera.

Pero Berserk funcionó, ¿no?


El caso de Berserk fue distinto. La obra de Miura se convirtió en un éxito absoluto de ventas entre los seinen, y su trabajo comenzó a venderse a manos llenas no solo dentro del territorio japonés. Una historia cruenta, brutal, visceral como pocas, con un dibujo barroco rico en detalles de pesadilla y un guion que no hacía sino exigirte respuestas al final de cada capítulo. Si nos fijamos en las viñetas podemos ver algo que es, posiblemente, una de las señas de identidad más distinguibles dentro del mundo del manga: cada dibujo es en sí misma una obra de muchísimo trabajo, dominada por los negros conseguidos a través de infinidad de trazos, salvajes pero ordenados, equilibrados hasta la obsesión. ¿Cómo se consigue esto? Con muchas, muchas horas de trabajo.

La cultura japonesa lleva por bandera el trabajo de forma extenuante. Trabajar es la vida, cuanto más trabajas, más orgulloso se siente el pueblo japonés de ti. Eres un ejemplo a seguir. Pero no quita que seas una persona que se cansa, que se agota, que puede desfallecer de puro esfuerzo.

Componer el guion de un capítulo de 20 páginas, supongamos que con mucha acción y poco diálogo, supone una planificación por parte del autor. Si además eres quien lleva también las riendas del arte, tendrás que hacer el boceto de al menos tres o cuatro viñetas por página (pongámoslo de media), lo que supone entre 60 y 80 ilustraciones semanales con el acabado óptimo para salir en el siguiente número de la revista. Si enfrentamos una historia de 20 o 30 capítulos, un esfuerzo así es asumible. Si lo hacemos con un trabajo como Berserk, con más de 300 capítulos, nos damos cuenta de lo cruel y exigente que es el sistema. Si te detienes, las ventas bajan y tu trabajo es cancelado; si continúas, corres el riesgo enfermar, pierdes la capacidad de ver a tus seres queridos sencillamente porque no tienes tiempo… En este sentido, eres esclavo de tu trabajo, y este es más implacable contigo que Guts con sus enemigos.

Por este motivo Berserk había ralentizado muchísimo su ritmo de publicación, como hiciera también Toshihiro Togashi con Hunter x Hunter alegando unos terribles problemas de salud (especialmente lumbares) o Takehiko Inoue, quien tuviera que forzar el hiatus de Vagabond para poder centrarse en su otro proyecto, Slam Dunk, al no poder hacer frente a dos trabajos a la vez.

No, no son los únicos casos.


Pero no son los únicos que sufren. En el mundo de la animación sucede algo parecido. Un hecho que sacudió este mundo fue la muerte de Yoshifumi Kondo en 1998 por la fuerte exigencia de trabajo que Studio Ghibli demandaba. Este, llamado a ser uno de los nuevos pilares en los que sostendría la animación tradicional del gigante japonés, se sometía a unas expectativas que solo podían ser obtenidas con jornadas laborales de más de 18 horas, día tras días. ¿El resultado? Muerte por disección aórtica, el mismo mal del que fallecería, el pasado 6 de mayo, el laureado autor de Berserk.

Hoy por hoy escucho a la gente pegando el grito en el cielo cuando al final de los últimos capítulos de One Piece hay una pequeña nota en la que señalan que Eiichiro Oda, autor de la obra, no publicará el siguiente capítulo la próxima semana, sino la que viene. Si Berserk era exigente con sus más de 300 capítulos, imaginemos la obra con más de 1000. Y a todo esto añadámosle dos factores más: la edad, pues a medida que pasa el tiempo los autores se avejentan (¡sorpresa!) y el cansancio acumulado con el pasar de los años.

No es justo ni merecido exigir más a los autores de lo que pueden dar, no si con ello ponemos en jaque su salud. Tú puedes pasarte dos semanas sin leer lo que pasa con tus personajes favoritos. Si esa es la única preocupación de tu vida, deberías sentirte agradecido. Pero un autor no puede —ni deberíasacrificar la salud para conservar su empleo, para mantener a su público contento. Espera, sé paciente, no demandes más de lo que el creador puede darte, y si lo haces espero que las siguientes palabras retumben en tu conciencia, porque no creo que haya verdad más absoluta que esta: si no eres capaz de empatizar con el autor de la obra que te encanta, igual es que su obra no te importa tanto como debería.