Ángel González Olmedo (oriundo de La Línea, Cádiz) es psicólogo, músico y escritor, responsable de ser el autor de una de las obras más originales de la fantasía en lengua castellana de este año, una novela cuya reseña trajimos a nuestra revista el pasado 22 de marzo. Hablamos, como no podría ser de otra manera, de La historia triste de un hombre justo (Red Key Books, 2022).

P. Gracias por acceder a conversar con nosotros, Ángel. Es todo un honor. Así que vamos a empezar como más nos gusta, y eso es dejándote tu espacio para que nos cuentes quién eres y cómo ha influido tu vida en la creación de una novela tan formidable como La historia triste de un hombre justo (Red Key Books, 2022). 

R. No soy más que un tipo corriente al que la escritura le ha dado un asidero para soportar los embistes del mundo. Psicólogo de profesión, me paso los ratos libres trasteando la guitarra o experimentando con el piano y, por supuesto, escribiendo. En cuanto a «La historia triste de un hombre justo», más que influir en mi vida, yo diría que es un precepto ad extra: la novela no es más que el resultado de mucha bilis destilada en mi cuerpo. Y para sacar el exceso de bilis hay muchos métodos; yo he usado el de mojar mi pluma en la vesícula a modo de tintero.

P. Comentas que en tus ratos libres trasteas con la guitarra o el piano. Después de leer La historia triste de un hombre justo tuve claro que quien estaba detrás de esa pluma biliar era músico, o por lo menos un teórico de mucho cuidado aunque jamás hubiera tocado un instrumento. El sistema mágico de la historia se fundamenta precisamente en conceptos como la armonía, escalas… incluso el Pentagrama del Mundo funciona con este mismo principio, un worldbuilding alrededor de un calderón cuya extensión marca tu batuta. ¿Cuál fue el primum mobile de esta original y elaborada idea? ¿Habías planteado esta novela desde este punto de vista desde un principio o tenías otras alternativas antes de decidirte por estos derroteros?

R. En realidad todo partió de la psicología. Los psicólogos cognitivos analizamos el discurso, clasificando los distintos elementos para construir una anamnesis definida de la persona; de ahí nace el corolario de que leemos la mente. Yo quería un personaje que tuviera la capacidad de ver en el alma de los demás, escuchar sus emociones; el problema es que no podía trasladar toda la ciencia cognitiva a un siglo XVII (rompería la suspensión de la incredulidad), de modo que esa capacidad se haría a través de la magia. ¿Y por qué usar la música como vehículo comunicativo de la magia? Como dice uno de mis personajes en la novela: porque la comprendemos. Todo el mundo entiende los conceptos básicos de la música: sabemos qué es una nota, un compás o que unas escalas nos suscitan alegría y otras tristeza. De ahí que la magia no sólo funcione como un elemento más de la fantasía, sino como un vehículo de transmisión de información emocional; a través de la música los personajes escuchan el sonido de la existencia. Y, a la postre, eso me permite describir mi mundo como si fuese una canción.

P. Al menos en lo personal, me ha parecido un vehículo maravilloso, no solo por la originalidad de la idea, sino porque fundamentalmente tiene un sentido lógico. Y yéndonos a hablar de ese mundo, es habitual en la fantasía echar a correr a nuestros personajes por un mapa extenso. En el caso que nos ocupa, todo sucede en la misma ciudad-estado de Ísbar, si bien mencionas otras localizaciones externas. Nuestro apuesto Dragos Corneli se vio obligado a marcharse para luego volver, y donde estuvo, aprendió muchas cosas. ¿Podemos esperar, en algún momento, el retorno del noble hidalgo de Tierrafértil por otros lugares de este mundo al que has dado forma o todo lo externo a Ísbar funcionaría como elemento de trasfondo?

R. Esta idea tiene una demarcación concreta, y es que el escenario está creado al servicio de la trama, que a su vez está sustentada en mi necesidad de criticar un aspecto de nuestra realidad. La ciudad-estado, con todas las analogías que alberga, no es más que una versión caricaturesca de nuestro entorno cercano. Partiendo de esta idea, cuando la historia se hace orgánica me pide los elementos necesarios; todo lo demás, efectivamente, aporta a la atmósfera como trasfondo. Por tanto, (y sin aventurarme a decir qué deparará a Dragos Corneli), sólo puedo afirmar que si el escenario se amplía más allá de las murallas de la ciudad, será porque nacerá de mi necesidad de contar la analogía pertinente a esos territorios. Por ahora hay una cosa segura: todavía hay muchos lugares donde poner la lupa dentro de Ísbar, y están ya diseñados y programados para el futuro.

P. Hablando de ese «aspecto de nuestra realidad» que comentas, en La historia triste de un hombre justo puede percibirse a una sociedad nepotista, corrupta, llena de favores de tú a tú, que esconde a un pueblo confiado las trastadas que se hacen tras el telón. ¿Qué te llevó a querer poner ese grito en el cielo?

R. Vivencias personales afines a nuestros conciudadanos, sin duda. La literatura es, a veces, un pequeño anestésico que nos ayuda en el desquite de nuestros problemas. Los autores y los lectores nos damos la mano al encontrarnos en esa ágora imaginaria que compartimos en las historias. Allí, al evadirnos de todo, nos decimos que no estamos solos, que nos comprendemos. Y eso nos ayuda a sobrevivir. Ese es el sentido de la literatura para muchos de nosotros.

P. No podría estar más de acuerdo. ¿Fue clave la idea de narrar la historia en primera persona, desde los ojos del maltratado Dragos Corneli, para dotar de efecto este grito al cielo, esta confidencia entre autor y lector?

Indudablemente. La primera persona es complicada por muchos motivos, entre ellos exponer la información a través del filtro de quien narra, limitando así muchos elementos durante la trama. Pero también tiene cosas positivas: la primera persona ofrece un mayor impacto emocional, dado que tendemos a simpatizar más con el personaje; nos acerca más a él, a sus pensamientos y emociones. Con los ingredientes que tenía y los objetivos a alcanzar, era preceptivo optar por este punto de vista.

P. Enfocándonos en lo técnico, hay quienes encasillan tu novela en un poco explorado subgénero fantástico conocido como steamgold (algo así como una extraña amalgama entre el steampunk y la narrativa del Siglo de Oro), y no estarían equivocados. Es una novela que por su estructura (por poner un ejemplo, cómo se titulan los capítulos) y su estilo narrativo recuerdan a la obra de Miguel de Cervantes. Desde mi punto de vista, no es una novela fácil de recomendar debido a este punto que, por contra, me parece de lo mejor de la historia. ¿Te planteaste en algún momento que este tipo de prosa elaborada, con mucho cultismo y terminología en desuso para la sociedad actual, podría suponer un hándicap a la hora de encontrar lectores?

R. De hecho, escribir usando el habla de germanía del Siglo de Oro fue uno de mis mayores temores. Sin embargo, si hacía más accesible el estilo, la novela corría el riego de perder toda su esencia. Porque el estilo es como la textura o el color de una nota en la música; ya sabemos que no suena igual tocar una canción con piano que con guitarra. Ambos instrumentos transmiten el mismo mensaje pero pellizcan el estómago de forma distinta. Veo la literatura fantástica muy estancada, y muchas de las historias están repetidas hasta la saciedad, amparadas bajo el ala de los algoritmos comerciales que siempre funcionan. Esto me recuerda mucho, y apelando una vez más a la analogía con la música, a ciertos géneros musicales que se valen de compases básicos de a dos por cuatro, con rimas estúpidas (cuando no grotescas) y que no requieren mucha elaboración. Ya ni hablemos lo poco que hacen pensar a quienes las escuchan.Pues eso, que había que arriesgar. No sé si el tiempo dirá sí he conseguido transmitir algo diferente, pero yo me he quedado tranquilo soltando las cosas tal como las siento.

P. Por lo general, estás cosechando buenas críticas con tu historia. En este sentido, también hay que hacer valer la labor de Red Key Books: no solo han apostado bien fuerte por algo diferente, sino que se han enfrentado a una titánica tarea de corrección y edición. ¿Qué tal tu experiencia con ellos en el mundo editorial?

R. Se han portado fenomenal. Yo ya conocía a parte del equipo, pues trabajé con ellos en otros proyectos editoriales, concretamente en el sector de los juegos de rol. Fran Valverde me comentó que quería publicar mi libro y yo decidí esperarlo a él, a pesar de que el manuscrito ya estaba siendo evaluado en otras editoriales. Marta de la Serna ha sido crucial a la hora de la corrección. Su experiencia profesional es garante para poner el manuscrito en sus manos sin miedo alguno. Además, confiaron en mi criterio como autor en toda decisión crucial, teniendo yo la última palabra en cada movimiento que se hacía. No se trata de publicar sin más, sino de hacerlo con la gente adecuada, y ellos son muy respetuosos con lo que quieren expresar los autores. Por eso, cuando hablo con otros escritores, nunca dejo pasar la oportunidad de recalcar que tenemos que valorar las cualidades y la experiencia de los editores. Sin ellos no hay obra final.

P. Para no extendernos mucho más, ahí va la última pregunta: Ahora mismo, ¿qué puedes contarnos de los proyectos que tienes entre manos? 

Actualmente estoy trabajando con varios proyectos y reviso otros tantos, no sólo en la literatura sino también en los juegos de rol. En cuanto a literatura, que es lo que nos ocupa, estoy revisando la primera y segunda parte de La historia triste de un hombre justo, cuyo nombre anunciaré en los meses venideros. Tengo escrita y pendiente de revisar una novela de humor con temática política y social, y con una fuerte crítica al posmodernismo; me gustaría autopublicarla, pero es complicado por motivos de tiempo. Se llama ¡Por mis cojones!. También ando pergeñando un libro de relatos de terror, con un concepto psicológico sobre un campo poco explorado a nivel académico, es justamente lo que voy a empezar a escribir después de cincelar la segunda parte de la saga. Por último, sobre la cosmogonía de Ísbar tengo ideas definidas en escaletas, pero nada más. Es posible que veamos algunos relatos pretéritos a la segunda parte.