Sinopsis: Han pasado dos años desde los trágicos sucesos en Steamfield y los asesinatos del «vampiro». En Edimburgo, Andrew se ha convertido en un escritor reconocido y Michael en inspector, pero Abby siente que no ha encontrado su sitio.
Cuando menos se lo esperan reciben una carta misteriosa firmada por La Rebelión de los Bigotes, que requiere sus servicios como detectives en Kopperland, una pequeña isla del mar del Norte de la que tienen muy poca información. Abby y Andrew parten de inmediato, pero Michael, que no ha sido requerido, no se fía de la situación y decide investigar por su cuenta. ¿En qué nueva conspiración se verán involucrados sus amigos? ¿Qué hallarán en Kopperland? ¿Conseguirá Michael averiguar lo que ocurre? Y ¿qué es La Rebelión de los Bigotes y qué quiere de ellos?
Historia: Como sucediera con Los crímenes de Steamfield, primera novela del mismo autor de la que pudimos hablar hace algunos meses, en La Rebelión de los Bigotes nos pondremos en la piel de los mismos protagonistas, a saber, Andrew (el escritor de modesto reconocimiento), Abby (la periodista y camarógrafa) y Michael (el agente de policía que desde los terribles sucesos de Steamfield ahora goza del cargo de inspector). Mientras que en el primer libro los peligros alcanzan a nuestros protagonistas, en el segundo son ellos los que se aventuran, como detectives poco consagrados, a perseguir los problemas. Ello los lleva a Kopperland, una ficticia islita propiedad de la Corona Británica en la que están teniendo lugar misteriosas desapariciones. Nuestros héroes, Andrew y Abby, llegarán los primeros para darse cuenta de que no es oro todo lo que reluce, que la Rebelión de los Bigotes no es del todo trigo limpio y que algo oscuro habita en la isla.
A lo largo de las páginas (casi 200), una serie de problemas abordarán a nuestros curiosos amigos, al tiempo que un confundido Michael lucha desde Edimburgo por alcanzar a Abby y Andrew, creyéndolos en serio peligro. Sin embargo, no he podido dejar de pensar en todo el relato que, en esta ocasión, a la historia le falta algo de miga, y creo que esa carencia viene dada, en cierto modo, por la alargada y formidable sombra que proyecta Los crímenes de Steamfield.
Ambientación: Kopperland es el principal escenario en el que los moveremos, e impreso en el mismo tomo, tendremos acceso a un mapa minimalista con todas sus localizaciones, desde el pantalán hasta el Public District, pasando por la fábrica y la terrorífica Lighthouse Jail. Pese a no tratarse de una localización real (aunque en cierto modo recuerdan a las Islas Copeland), Kopperland goza de cierta riqueza industrial, con sus fábricas, sus estratos sociales bien divididos, la imponente figura del gobernador… Sin duda, la elección de que la época victoriana sea el tiempo en el que habita este espacio, con sus cachivaches a la orden del día, es de lo más acertada.
Personajes: Andrew y Abby vuelven a arrebatarnos el corazón. Esta vez, sin embargo, siento que gran parte del peso narrativo corresponde a Abby, y no solo por sus chispeantes diálogos y su sarcasmo incorregible, sino porque La Rebelión de los Bigotes es un grito a favor del feminismo, y es un tema que Abby, pese a no decirlo de forma directa, la toca muy de cerca. Andrew resulta un excelente investigador con apenas un caso importante a sus espaldas, y eso me acaba chirriando un poco. A veces me gustaría verlo equivocarse, errar en sus deducciones, acusar a alguien en falso. Pero él, con un puñado de pistas y algunas suposiciones, parece tener claro quién está detrás de todo. Quizá no es mala idea tener en cuenta que, pese a su avispado ingenio, no deja de ser un muchacho de unos veinte años que vive, principalmente, de la escritura, no de perseguir delincuentes en complicados casos.
Otro personaje que esta vez me ha sorprendido para bien es Michael, el inspector de policía. A nivel psicológico, es posiblemente el mejor construido, pues arrastra consigo una serie de pesares propiciados por algo que todavía no se nos ha contado. En este sentido —incluyendo los explosivos arranques de rabia que tiene propiciados por una preocupación sin precedentes— me parece el personaje mejor construido. Eso sí, seguido muy de cerca por la misteriosa artista Shelby, cuyo legado no es otro que un mensaje de empoderamiento y el motor a vapor de la propia Rebelión de los Bigotes. Una idea maravillosa.
Estilo narrativo: La ausencia de medias tintas vuelve a tomar las riendas del estilo de Alberto Rey. Si los personajes tienen que ir, van; si tienen que hacer, hacen. Una vez más, el público juvenil se encontrará cómodo con este tipo de relato dada su rapidez y eficacia. No sobran detalles, pero al margen de alguna explicación que de vez en cuando se me antoja necesaria (como alguna descripción adicional sobre el entorno en el que se mueven, más necesario aún teniendo en cuenta que nos movemos en un lugar irreal), tampoco falta ninguno. La historia es contada con la intención de no aburrir a nadie, y lo consigue de nuevo con formidable puntería.
Edición: Ediciones Arcanas, qué voy a añadir aparte de lo que ya he dicho de sus trabajos. Y encima, Alberto Rey repite con el ilustrador tailandés Arch Apolar, que de nuevo ilustra con docenas de detalles la cubierta. El mapa interior, cortesía de Víctor Sifre, resulta sencillo pero eficaz, una muestra más de la máxima de Mies van der Rohe de que «menos es más».
Resumen: La Rebelión de los Bigotes es la continuación que muchos esperábamos de Los crímenes de Steamfield, sobre todo porque, de una forma u otra, fue capaz de desligarse de su predecesora pero sin olvidar sus raíces y, sobre todo, ofreciendo un producto diferente con la esencia original. Una vez más, estamos ante una novela detectivesca destinada a un público juvenil salpicada también por buenas ideas.
Lo mejor: Su mensaje empoderador es, tanto antes como ahora, necesario. Y la forma de contarlo, disfrazado tras el bigote postizo de la rebelión, una idea magnífica por su sencillez, pero también por su acierto. También el desarrollo psicológico de Michael, que hasta cierto punto permanece en un segundo plano, es muy bueno.
Lo peor: Me pregunto por qué Andrew no arrastra, aunque sea en menor medida, los trágicos sucesos de Steamfield a sus espaldas. Quizá por su juventud o porque personas hay muchas y no todas somos iguales, pero me hubiera gustado ver una mayor profundización de la psique de nuestro protagonista. También, desde mi punto de vista, La Rebelión de los Bigotes arrastra un peso del que le cuesta desprenderse, y no es otro que el caso de la primera novela. Me cuesta mucho no comparar la profundidad y la complejidad del caso del vampiro de Steamfield con el de la Rebelión de los Bigotes, que es a todas luces algo más sencillo de resolver y sin los inesperados giros de trama del primero. Aunque, eso sí, La Rebelión de los Bigotes resulta mucho menos confuso que Los crímenes de Steamfield, y al menos yo lo agradezco de corazón, porque se nota la mejoría en cuanto a la calidad narrativa.
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