SINOPSIS: En dos momentos distintos de la historia, dos expediciones van a encontrarse con la misma criatura en lo profundo de la selva: en el siglo XX, unos cineastas que están dispuestos a filmar la película más impresionante de la historia, y en el XVI, durante la campaña de Francisco Pizarro, un grupo de soldados castellanos que va en busca del cadáver robado del último príncipe inca, Atahualpa. Cada cual en su época descubrirá que en lo profundo de la selva habitan seres y secretos demasiado oscuros como para que el hombre lidie con ellos…
Historia: No hay lugar para la duda: Víctor Conde es un maestro de contar historias. No por nada lleva algo más de una veintena de años dedicándose al noble oficio de escribir. Con El beso de Copacati quedan patentes varias cosas, y es que el avezado escritor tinerfeño todavía tiene suficientes ideas buenas en la cabeza para seguir capitaneando los géneros que nos ocupan.
El beso de Copacati, podríamos decir, transcurre en un mismo lugar en dos tiempos diferentes, con unos cuatrocientos años de por medio. Por un lado, las aventuras de conquista del afamado Francisco Pizarro; por otro, el rodaje que tanto hastío le produce al guionista Dooley Cooper, arrastrado hasta Perú para grabar una película que no hace sino producirle úlceras.
El mecanismo que emplea el autor, yendo de una línea argumental a la otra, hace que avanzar sea relativamente fácil. Y digo «relativamente» porque, desde mi punto de vista, el relato general peca de costumbrista durante gran parte de su extensión. Estamos ante una obra de terror, y por supuesto no podemos pedirle al autor que desde las primeras páginas todo sea horror lovecraftiano, pero la mayor parte de los capítulos donde Pizarro es el protagonista solo hay una profunda explicación de lo que fuera su expedición de conquista, mientras que por el lado de Dooley vemos lo cansado que está el guionista de no triunfar como tal, de lo que odia la industria que le da de comer y cómo funcionaba esta. Han de pasar muchas páginas hasta que empieza a notarse meneo, y al principio este no viene de la mano del terror más allá de las horrendas visiones del fanatismo inca.
Eso sí, cuando empiezan a aparecer los primeros bichos, la cosa cambia, el relato se tercia oscuro y asfixiante, y es donde realmente la obra reluce. La invención de los seres resulta fresca y novedosa, algo difícil en esta clase de géneros tan manidos, y después de la extenuante atmósfera de horror que se nos plantea es cuando llega el extraordinario viaje sensorial, una introspección filosófica que se codea con las Ideas platonianas, con el evolucionismo darwinesco y los mitos de edades remotas. Entrar en detalles sería aguar la fiesta, y no me tildarán a mí de hacer eso jamás.
Ambientación: Una cosa no podemos quitarle a El beso de Copacati, y es el extraordinario y exhaustivo trabajo de investigación de la cultura inca que hay detrás. No me cabe duda, por lo excepcionalmente bien detallado que se nos expone el relato en cuanto a hechos fehacientes se trata, que el autor se ha esforzado por no dejar un solo detalle atrás. Y especifico la construcción del mundo inca porque es la que más destaca por encima de cualquier otra. Tampoco podemos quitarle el mérito a los más de un posible documental sobre cine de los cincuenta que ha debido tragar. Como él mismo deja claro en su «Nota del autor», el cine de antes se hacía así.
Personajes: Podemos destacar a varios personajes tanto de una línea temporal como de la otra. Por supuesto, Francisco Pizarro y Dooley Cooper son quienes llevan las riendas del relato, y estos están francamente bien construidos. El primero, un auténtico español de fe, conquistador y devoto de su Dios y su España natal; el segundo, un guionista de teatro que tiene que recurrir al indecente mundo del cine para pagar el alquiler.
La figura de Inés Jerén del Busto también me resulta vital, pues de una forma u otra acaba siendo la voz desoída de la razón de don Pizarro. No me equivoco si dijera que, en la recta final, doña Inés acaba soportando la carga del protagonismo. Si lees la novela o ya has tenido la oportunidad, sabrás por qué.
Estilo narrativo: Por momentos ágil, especialmente en algunos diálogos, y por momentos algo denso en cuanto al vuelque de la información recopilada, el estilo resulta elaborado, jugoso en detalles y rico prosa. Hay muchos elementos que, pese a ser meramente un reflejo de lo que podía resultar vivir en los siglos XVI y XIX, resultan instructivos, pero no apto para todos los públicos. En ocasiones los datos sobrepasan al movimiento de la trama. Si buscas un libro ágil puede no ser el tuyo, pero es una herramienta magnífica para aprender al tiempo que se viaja.
Edición: Sencilla y directa al grano. No estamos ante el mejor libro del año en cuanto a edición se refiere. Dolmen nos presenta un libro cuyo máximo umbral de novedad está en las separaciones entre una carga argumental y otra de un mismo capítulo a través de una sencilla Cruz de Santiago en lugar de un espacio en blanco. Por otra parte, y posiblemente esto solo lo notemos aquellos que estemos relacionados con el mundo editorial, hay claros forcejeos con el tracking en muchos párrafos para evitar dejar líneas huérfanas y viudas. Esto es algo que recomendaría mejorar, aunque aclaro: esto no es más que una pijada personal.
Ilustraciones: No hay ilustraciones internas, pero la portada es digna de mención. Obra del aclamado Alejandro Colucci, la cubierta de El beso de Copacati ejemplifica con acierto al monstruo y por lo menos la parte argumental encabezada por Pizarro. La otra, sin embargo, tendrá que quedar a nuestra interpretación.
Resumen: Es un libro de avance lento, cargado de detalles culturalmente enriquecedores que lastran el ritmo de la novela, aunque casi todos ellos sirven para dar un excelente ambiente a la historia que se nos cuenta. Si estás acostumbrado al género y eres un lector paciente, te gustará. Si no, quizá no sea tu libro.
Lo mejor: Los mordaces diálogos de Dooley, la criatura descrita y la reflexión final sobre lo que esta representa, de dónde vino y cómo trascenderá. La documentación es muy buena.
Lo peor: La acción tarda mucho en llegar, aunque cuando llega lo hace soberanamente bien.