Conocido por muchos como Kimetsu no Yaiba, en el mundo anglosajón como Demon Slayer y traducido al castellano como Guardianes de la Noche (desde el punto de vista de un servidor, una desacertada localización), la obra cumbre de la mangaka japonesa Koyoharu Gotouge lleva dando de qué hablar desde hace ya algunos años. Pero, ¿qué la hace tan especial? Entremos en materia, primero, hablando de qué va esta historia.
Aparecida por primera vez en 2016 al amparo de la Shūkan Shōnen Jump, Kimetsu no Yaiba nos cuenta la historia de Kamado Tanjiro, un joven de origen humilde que, después de volver de trabajar, descubre que toda su familia ha sido masacrada por un demonio y su hermana convertida en uno de ellos. Atormentado por la culpa, tendrá que aprender a luchar contra estos oscuros seres al tiempo que lidia con que su hermana no mate a nadie y consiga una cura que revierta los efectos de quien la convirtió. Así, Tanjiro conoce a nuevos amigos del gremio de asesinos de demonio al tiempo que va profundizando en el origen de todo.
Estamos ante una historia shonen al uso: un individuo sin pretensiones es guiado por un maestro (el camino del héroe de toda la vida) y se enfrenta a un destino que lo supera, pero que cuenta con, ¡sorpresa!, unas habilidades únicas con las que podrá dar un salto superior a aquellos que lo sobrepasan en fuerza y experiencia. Muchas peleas, mucho frenesí visual, mucha viñeta bobalicona para arrancar la risa fácil… Más de lo mismo.
Entonces, ¿qué ha hecho que Kimetsu no Yaiba sea tan especial, siendo una historia del montón? Pues nada más y nada menos que su salto a la pantalla: la animación del estudio Ufotable es sobresaliente (y si no lo creen, échenle un vistazo al clip de debajo de estas líneas, a riesgo de sufrir las catastróficas consecuencias del spoiler. ¡Qué despliegue de testosterona!). Estamos ante el extraño caso del anime que supera al manga, aunque no es que sea muy difícil conseguirlo. Lo cual, dicho sea de paso, dice mucho a favor del estudio.
El dibujo de Koyoharu es simplón, sus escenas de acción, en algunos momentos, confusas, y hay personajes que muchas veces no están diferenciados, por lo que el diseño de personajes (aunque tiene algunos muy buenos y destacables, empezando por los pilares) muchas veces deja que desear. Tiene mérito que la adaptación animada se vea tan increíble, nos ayuda a marcar puntos entre unos y otros, sabemos de quién hablamos en todo momento, algo que a veces se pierde en el manga.
Otra cosa que ha servido para dilatar la historia hasta los 205 capítulos (se dice por ahí que pudo haber sido más largo, pero que la autora ha tenido que lidiar con ciertos problemas familiares) han sido los flashbacks. Hay más páginas en negro que blancas. Es increíble el talento que tiene para, en mitad de una pelea tan decisiva (en especial en el tramo final de la historia), meter un flashback tras otro. No se salva ni una. Da igual que hablemos de amigos o enemigos: si el personaje es capaz de pronunciar tres palabras seguidas, tendrá sus tres capítulos de recuerdos. Y esto no tendría por qué ser malo per se, al contrario, ayuda a ahondar en las motivaciones de los personajes. El problema está en que casi todas (¿un 80? ¿un 90% de las veces?) son iguales: los demonios han matado a mis padres y/o hermanos, según lo taciturno que seas. Mira que hay posibilidades que ofrecer, pero… ese recurso, ya de por sí manido, que ya abandera el protagonista…, ¿tiene que formar parte de todos y cada uno de los personajes que salgan en los doscientos capítulos? Clemencia, por favor lo pido.
En esta historia también hay power-ups (la fantástica situación en la que el enemigo tiene a los protagonistas contra las cuerdas y estos sacan fuerza del poder de la amistad, o vete a saber de dónde, en el último segundo), pero casi todos vienen de un fantástico deus ex machina tras otro. Nadie ha hablado de cómo alcanzan ese estado de potencia bruta, pero, sorpresa de nuevo, en mitad del combate aparece medio capítulo de flashbacks para explicar el repentino poder adquirido. ¡Y eureka! ¿Arreglado? No, maldita sea. Mil veces no. Un deux ex no es más que una forma de seguir adelante con la historia cuando ya no hay forma de avanzar, pero es tan fácil de evitar como ir dejando caer algunas pistas en capítulos anteriores, que dé al lector la oportunidad de pensar «creo que esto podría ser relevante» y que más adelante tires de ese recurso para concluir que, en efecto, lo era. Pero todo se soluciona in situ, despachado de la misma forma que todo lo demás. Habrá quien diga que esta clase de historias (dedicadas a un público juvenil) suelen ser así, con esta clase de características (por llamarlas de alguna manera), pero, desde mi punto de vista, no debe ser ni remotamente aceptable un insulto a la inteligencia del lector hacer estas cosas. A mí, al menos, me saca de la ficción una y otra vez.
Hay momentos muy sentidos, eso sí, que gozan de un verdadero componente humano. Gotouge es una experta en pinchar en las emociones que más duelen, y esto sí lo consigue con excelente resultado. Quizá es consciente de eso, y por eso ahonda una y otra vez en el pasado de todos y cada uno de los personajes con los que nos encontramos, pero si es para contarnos lo mismo…
Resumiendo: ¿te gusta Kimetsu? Entonces es porque has visto el anime, a mí me pasa un poco igual. ¿Solo has leído el manga y aún así te gusta Kimetsu? Entonces te envidio. Ya quisiera estar yo en esa ola que fue capaz de desbancar al gigante que supone One Piece en la industria del manga japonés durante un tiempo (impulsado, y me repito, por el formidable ejercicio de animación de Ufotable), pero al menos un servidor, tuvo suficiente.