Paul Urkijo Alijo es una de las voces más relevantes y respetadas —a pulso y méritos propios— del cine español, de la cultura folclórica vasca y de la fantasía más autóctona que tenemos en España.
En 2017 daba un tremendísimo golpe en la mesa con Errementari: el herrero y el diablo, un largomentraje que sería toda una declaración de intenciones, que gozaría del beneplácito de Álex de la Iglesia —quien también haría de productor de la obra—, y que irrumpiría en los cines (y, posteriormente, también en los hogares gracias a Netflix) cosechando un buen puñado de buenas críticas y elogios tanto de prensa como de público.
Años más tarde, en 2022, Irati sería el segundo largomentraje que asentaría las bases de lo que Paul Urkijo quería hacer. Orgulloso de su tierra y de las historias que alberga, el director vasco subrayó su amor y compromiso con sus tradiciones, y está determinado a hacerlas ver (y valer) de cara al resto de España, de Europa y del mundo.
Y, tras algunas acrobacias, llega a las salas de cine, después de su paso por relevantes festivales del género (fue nominada a mejor película en Sitges, y ganó el premio a Mejor Largomentraje en el Fantaelx), Gaua (o La noche en castellano), y que es, con certeza, el filme más redondo y consistente de la filmografía del realizador.

GAUA, LA PELÍCULA
En plena caza de brujas en el norte de España durante el siglo XVII, la superstición y los terrores nocturnos se unen a la mitología vasca para dar forma a un relato oscuro, gótico en sus formas y obra de orfebre en lo escénico, en mitad de las montañas y bosques. Una mujer, atormentada por la violencia de su marido, decide huir de él en mitad de la nocturnidad, será perseguida por sombras de pesadilla y dará, por accidente o por destino, con tres mujeres que le ofrecen resguardo a cambio de que se siente a escuchar las historias de cada una, y que cuente ella una suya, sin saber qué secretos albergan.
Así empieza Gaua, y será también el inicio de cómo el guion de Paul Urkijo articulará la película en distintos arcos bien diferenciados que, si bien forman un todo compacto una vez tenemos todas las piezas del rompecabezas, se siente un tanto inconexo hasta que la historia al fin va tomando rumbo, en especial poco después del ecuador de la película. Así, queda erradicada la duda de que pudiera ser una historia improvisada, sino un relato bien planteado antes incluso de su inicio, cuando los primeros elementos descritos terminan formando parte del todo de la obra, un síntoma de que tras la página hay un cuentacuentos con las ideas claras, que no le resulta nuevo narrar historias y que disfruta genuinamente con dejar cabos sueltos para ir anudándolos a medida que el metraje avanza. Esto, sin duda, es la prueba de una trayectoria marcada por la experiencia.
LA NOCHE
La noche es oscura y alberga horrores, como se decía por Poniente. Aquí no es diferente. Al caer el sol el mundo se vuelve parte de otros seres, ninguno amigable. Abandonar la luz significa someterse al pecado, y en Gaua, como en la época en la que se ambienta, el pecado es la raíz de todo mal, donde habita el diablo. ¿Por qué alguien querría abandonar los caminos iluminados durante la noche? Bueno, quizá por el mismo motivo por el que Kattalin escapa de las garras de su marido. Porque, a veces, los terrores nocturnos habitan bajo nuestro mismo techo.
CUENTACUENTOS
Sabe más el diablo por viejo que por diablo. Aquellas mujeres lo tenían claro. Por eso van juntas, por eso se ocultan en la noche, aprovechándose del pavor, por eso son las que le tienden una mano a Kattelin, pero también porque quieren saber si condenarla o no. Romper el círculo tiene sus consecuencias, y en la película Urkijo hilvana su historia a través de lo que estas misteriosas mujeres tienen que contar, sirviendo de nexo entre lo real y lo fantástico. ¿Son ellas las brujas o son lo que tienen que ser, aprovechándose de aquello que temen los hombres?
Ahora bien, ¿qué hay de los demonios? ¿Y de la misteriosa herborista? Forman parte de lo sobrenatural, eso está claro. Pero, ¿estamos o no ante algo real cuando vemos cómo las sombras de unas garras se retuercen en torno a un cuello indefenso? Esta ambigüedad dota al relato de un misterio que invita a reflexionar, engrandeciéndolo. E impusla a los hombres de fe, temerosos, a actuar.
LA FE MUEVE MONTAÑAS
El párroco, en los ramalazos de una sociedad temerosa del maligno, está convencido del mal que habita en las montañas, en los bosques, en la noche. El diablo corrompe los corazones, las almas, la carne misma. Lo sabe, lo ha visto. Ve amor, pero lo condena. Lo contempla, lo llega a entender incluso —o eso se interpreta—, pero su fe lo obliga a odiarlo, a condenarlo. Es lo que se espera de él, y esa búsqueda frenética lo lleva a perseguir demonios, lo alcanza a la locura.
EL AQUELARRE
El final de esta historia esconde una profunda inventiva, una libertad para contar insinuando, para dar pie a la duda, en cuyo cuestionamiento se alcanza la pureza del relato. Y, no contento con ello, se nos regala —y deleita— con una de las secuencias más interesantes, atrevidas y diferentes de cuantas se hayan podido ver libremente en una sala de cine, todo ello sin caer en lo vacuo, en la banalización del acto, en la reducción de lo carnal a lo carnal. Hay cosas detrás, cosas importantes, elementos que trascienden, y que lo hacen con elegancia y salen airosos del paso. El aquelarre final es la mayor prueba de que todavía queda mucho que contar en el cine.
