Un año más, el Festival de Cine Fantástico de Canarias Isla Calavera (este año rebautizado con la coletilla «Ciudad de La Laguna») nos trae una nueva tanda de largometrajes, muchos de ellos a concurso. Hace unos años, en un evento pre-festival, el director vasco Paul Urkijo presentaba su primer filme para el público tinerfeño: Errementari. Poco hay que decir que no se haya comentado ya sobre esta rara avis del fantástico español. Ahora, su segundo trabajo de larga duración llega al certamen en la categoría de Sección Oficial de Largometrajes para exhibirse en salas antes de su lanzamiento (previsto, 24 de febrero de 2023), y lo hace después de cosechar varios premios y reconocimientos en otros festivales.
Antes de meternos en materia debemos responder a la siguiente cuestión: ¿de qué va Irati? El largometraje de Urkijo Alijo nos lo presentaba él mismo durante su primera proyección en el Isla Calavera: «si esperáis una película de aventuras, no es una película de aventuras; si creéis que es una película de grandes batallas, no es una película de grandes batallas; Irati es, en esencia, una historia de amor». Y así es. Pero también es mucho más que eso.
No es un secreto para nadie que el director y guionista vasco es un gran conocedor del folklore entre el que se crio. Le apasiona la mitología de su tierra natal y no se le caen los anillos en transmitirnos su pasión por ella, y lo consigue… ¡vaya si lo consigue!
Así pues, Irati es, en esencia, una película de amor, con un trasfondo del octavo siglo, oscuro, brutal, lleno del misticismo y la épica de una epopeya histórica con tintes de absoluta brillantez en cuanto los mortales se adentran en ese territorio que no es suyo, que pertenece a lo profundo del bosque. Durante sus casi dos horas acompañaremos a Eneko (Eneko Sagardoy), nieto del Señor del Valle, que tras la muerte de su padre se ve obligado a marcharse y aprender a ser un buen heredero educado en la fe cristiana, para descubrir a su llegada que su hogar ya no es lo que era, que hay quien anhela usurparle el liderazgo del Valle y que para conseguirlo deberá recuperar el profanado cuerpo de su padre, desaparecido en su propia tumba tras un entierro que, según su nueva fe, resulta pagano. Y para conseguirlo necesitará la ayuda de Irati (Edurne Azkarate), la mujer que lo guiará a las profundidades de un bosque poblado de criaturas extraordinarias, pues haciendo honor a su lema, «todo lo que tiene nombre, existe».
Me resulta difícil determinar cuándo desconecté del mundo real para meterme de lleno en la película. Creo que debe estar en los primeros cinco minutos —que por cierto, vaya cinco minutos—, y así me mantuve hasta el final. Esto no es sino un claro indicio de que la película funciona, su mentira corre como el perfecto mecanismo de un reloj, no hay nada que te saque de la ficción, que te ahuyente de lo que se nos está contando. En otras palabras, es prácticamente imposible mirar para otro lado. Y sería difícil hacerlo, teniendo en cuenta los entornos tan bien escogidos para hacer de escenarios, la extraordinaria belleza de la naturaleza de los paisajes del norte de España, localizaciones elevadas a una potencia superior cuando se edulcora con la fantasía local, creíble, visceral.
A su vez, Irati es también una oda a la naturaleza, que se ve reforzada una vez más con los símbolos de la mitología local. Un refuerzo a que aporta una mayor inmersión en la historia que se nos cuenta es el hecho de haberse rodado en euskera, una apuesta tan sólida como arriesgada del director, tan brillante como necesaria, un componente valiente que dota al filme de una belleza única (como sucedió del mismo modo con Errementari, pero alcanzando nuevas cotas).
Por otro lado hay que hablar de la extraña química, palpable desde un inicio, entre Eneko e Irati. Apabullantes Sagardoy y Azkarate, que sustentan toda la película con unos brazos firmes. Sagardoy asume su papel con brillantez, pero es la fuerza salvaje de Azakarate la que, en más de una escena, atrapa todo el protagonismo: me resulta fuerte, una mujer asolada por lo que su paganismo representa al tiempo que lidia con la confusión de sus propios demonios. Sin su potencia visual, estoy convencido de que Irati no sería lo que es.
Dos puntos que me gustaría destacar, aparte de los ya mencionados, serían, en primer lugar, su música: es increíble, absorbente, brutal. El trabajo de Maite Arroitajauregi y Aránzazu Calleja todavía me hace temblar, especialmente en el tramo final. El uso de instrumentos tan poco habituales como la nyckelharpa o el rabel aportan un matiz que se acopla a protagonistas y escenas con una precisión de cirujano; y en segundo lugar, sus efectos especiales, dignos de un trabajo con un presupuesto muy superior (aunque Irati ha contado con poco menos de 4,5 millones de euros) y que le ha valido, no sin razón, el premio a Mejores efectos visuales en el Festival de Sitges donde, además, se alzó con el Premio del Público.
No me cabe duda de que Irati, que continuará su ruta por festivales de todo el mundo, seguirá cosechando premios. Porque se los merece, porque con pulso se los ha ganado y con méritos propios ha conseguido establecer un precedente. No hace falta que el director Paco Plaza afirme que Paul Urkijo elige un camino intransitado en España y ha triunfado con creces para hacernos una idea de que así ha sido, pero por si cabe la duda, sí que transmitió estas mismas palabras.
Ahora, solo queda que Irati continúe su camino, ver qué le depara el futuro y esperar pacientes a que llegue a salas comerciales el próximo febrero. Si es tu caso, aprovecha y no pierdas detalle. Por todo lo demás, eskerrik asco, Paul.