Sinopsis: Una nube de juegos de poder y prejuicios marcados por las diferencias sociales envuelve la ciudad de Steamfield. Andrew Anderson, un chico de origen humilde, recibirá la oportunidad soñada: ser el nuevo redactor e ilustrador del Daily Jameson. Pero la alegría del estreno en su nuevo puesto de trabajo se verá truncada por la aparición de un misterioso asesino que dejará un rastro de víctimas a su paso. Su alargada sombra pondrá en peligro a toda la ciudad, pues todo indica que se trata de una conspiración a gran escala.
La fabulosa e inteligente Abby y el perspicaz agente Michael acompañarán a Andrew en esta aventura detectivesca con toques de steampunk. ¿Podrán resolver el misterio y desenmascarar al asesino?
Historia: Los crímenes de Steamfield nos presenta una historia con un desarrollo lineal, intercambiando en varias ocasiones el punto de vista del protagonista, aunque en la mayor parte del tiempo el peso narrativo cae sobre los hombros de Andrew Anderson, el joven de modesto origen que un buen día recibe la oportunidad que todo aquel sin recursos en una pequeña ciudad de las afueras del Londres de la época victoriana, poco algunos años después de la Revolución Industrial. Él, junto a su nueva compañera de trabajo y el nuevo amigo común, el agente Michael, tendrán que encargarse de cubrir para el periódico el extraño caso que ha azotado Steamfield, al tiempo que, por un recelo personal —en especial de Andrew—, se inmiscuirán ellos mismos en la búsqueda del asesino.
La historia, de corte juvenil, es detectivesca a todas luces, y se nota claramente dónde están las influencias. De hecho, hay un enorme guiño en el tercer acto de la novela que resulta no solo evidente, sino también clave para la trama, detalle, que, por cierto, me ha gustado bastante.
Ambientación: El hecho de que se note con claridad su influencia es porque mucho hemos tenido el placer de devorar con anterioridad alguna novela de Sir Arthur Conan Doyle, y conocimos en algún momento a cierto personaje carismático siempre en la memoria de cualquiera que se enfrente a una novela del estilo.
Steamfield es una pequeña ciudad cercana a Londres, que, sumida en la época victoriana de aquel entonces y con la hegemonía de la industria, nos regala una visión muy orgánica —pese a la intención muy bien conseguida del autor por restarle precisamente esta organicidad— de lo que pudo haber sido esa época, cómo funciona todo, qué rige el modo de vida de los habitantes. La construcción no es especialmente profunda ni compleja, pero tiene lo justo y necesario, en una medida perfecta, para que podamos hacernos a la idea del entorno en el que nuestros protagonistas se mueven.
Personajes: Quizá es la parte más floja que le veo a la historia. Andrew es un joven a quien me creo desde el principio: risueño, con ganas de comerse el mundo aunque el mundo no lo deje, alegre por obtener al fin una oportunidad soñada… Pero con el paso del tiempo le noto poca evolución. No siento que haya cambiado nada en especial, ni siquiera después de uno de los sucesos claves con los que arranca el tercer acto de la historia.
Abby también me resulta carismática, con esas ganas de tomarle el pelo a todo el mundo. Está desarrollada desde un principio, y lo que nos muestra desde su primera aparición hasta el final me resulta poco trabajado. No es que esté mal, siendo su caso. Si Andrew hubiera sufrido las torturas del autor para dotarlo de más vida, Abby habría evolucionado con él.
En cuanto al resto de personajes, poco tengo que comentar. Muchos están para cumplir una función, y la cumplen. Si tuviera que quedarme con alguno de todos, ese sería George Jameson. Supongo que, cualquiera que lea esta fantástica historia y analice en profundidad a cada personaje, sabrá por qué lo digo.
Estilo narrativo: En cuanto al estilo, es directo como un derechazo de Mike Tyson. Aquí prácticamente no hay medias tintas: si los personajes tienen que ir del punto A al punto B, lo hacen y punto. Esto hace que, para el público juvenil, menos acostumbradas a novelas densas, puedan conectar rápidamente con la historia y seguirla sin distracciones. Aunque me hubiera gustado algo más de profundidad en algunas cosas para aportarle algo más de riqueza al relato, como el público al que está dirigido es el que es, creo que el estilo cumple perfectamente su función.
Alberto Rey utiliza una prosa sencilla, cuidada pero sin excentricismos, ideal también para el público objetivo. Mi enhorabuena por ello, porque no es fácil dar con las teclas adecuadas.
Edición: Increíble. Ediciones Arcanas lo ha vuelto a hacer, y cada vez me gustan más. Con cubierta, guardas y alguna ilustración interior del ilustrador tailandés Arch Apolar, estamos ante uno de los títulos más bonitos del catálogo de la editorial. Con encuadernación en tapa dura y papel offset, encontraremos casi todo el libro en blanco y negro salvo por alguna pequeña excepción.
En cuanto a la edición, sobresaliente, como siempre. Ediciones Arcanas destaca por el cuidado de sus novelas, muy por encima de otras editoriales de autoedición, y se nota. Salvo alguna pequeña cosa, no he encontrado erratas —alguna letra junta, poco más—, y las pocas que ha habido se cuentan con los dedos de una mano. Mi enhorabuena.
Resumen: Es una excelente novela, con algunos buenos giros de guion en su parte final, y cuenta con un estilo narrativo ideal para un público juvenil interesado en la novela detectivesca. Pese a que no todos los personajes resultan memorables, lo cierto es que tiene muy buenas ideas.
Lo mejor: El estilo sencillo y directo, sin florituras ni adornos innecesarios, un buen puñado de ideas interesantísimas en su recta final y algunos guiños a las referencias del autor.
Lo peor: Algunos personajes quedan poco desarrollados y son bastante olvidables. En algunas ocasiones el autor se excede de directo y a algunas partes les falta algo más de profundidad.
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